Por Leonardo Z. L. Tasca *
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Ciertos sectores culturales e históricos sostienen que cuando Inglaterra consolida su dominio industrial y librecambista, luego de que San Martín expulsara a los españoles, adherir al librecambio económico fue en aquel momento “ser progresista”. Sin dudas, olvidando que, en todo momento, el liberalismo, elabora esquemas ideológicos de dominación; por lo general, mimetizados en los pliegues mediáticos, que son la contrapartida que sostiene desde un determinado mensaje cultural, su estrategia para estructurar la dependencia hacia los centros financieros y las empresas multinacionales que se llevan las materias primas alimenticias y venden industria pesada. Por ello el combate para romper la dependencia económica es también una batalla cultural, tiene que mirar el pasado y la historia.
Hoy el mensaje cultural que sostiene una moderna estrategia de dependencia es que hay que agregar valor a las tradicionales exportaciones argentinas, es decir, no vender trigo sino harina en vez de poroto de soja, aceite, etcétera, etcétera, es también ser “progresista”, y es estar a tono con el mundo moderno que reclama apertura económica, afirman.
Ni el liberalismo ni el progresismo generan condiciones políticas desde lo teórico para implantar el desarrollo, en sus formulaciones especulativas nunca se encuentran propuestas de fortalecimiento de planes que orienten los esfuerzos de las inversiones en sectores claves para permitir, por ejemplo, la sustitución de importaciones.
El liberalismo económico lo hace a sabiendas, si se sustituyen importaciones se pierde el negocio de los centros financieros; en cambio “el progresismo” vernáculo y con artritis mental lo hace por ignorancia política e histórica.
La imposición cultural ha hecho, por ejemplo, que en Argentina no sea un ideal político alcanzar el desarrollo. No hay ninguna duda que con el desarrollo la comunidad elevará su nivel de vida, será mas digno y trascendente, sin embargo, no lo tiene como primacía en su espíritu colectivo ¿contradictorio, verdad?
El triunfo político y cultural es que el populismo y ciertos sectores institucionales hablen de mejorar las condiciones sociales de la población sin producir el desarrollo de las industrias básicas. Insistimos que la característica común es la negación del desarrollo y la falta de interés para producir condiciones políticas que lo hagan posible.
Se dice que un conjunto de creencias y valores, junto a las tradiciones, constituyen la cultura de un país. Sin embargo, es posible observar que también las expresiones, emergentes de aquella cultura, manifiestan y ponen en valor “el triunfo” de un sistema que bajo ningún concepto quiere que se produzca el desarrollo. Esa imposición cultural que evita el desarrollo es la letanía clásica, “no exportemos trigo sino harina”.
El desconocimiento del pasado y de los valores propios del desarrollo ha llevado a la constitución de una cultura política proclive fácilmente a remendar la vieja estructura económica y productiva y evitar el desarrollo. La interpretación errónea de lo anterior ha hecho que los historiadores también equivocaran el sendero, nunca se ocuparon de lo que no sucedió, es decir, se habla poco de la frustración nacional por ausencia del desarrollo y cuando se habla de esto último es para generar condiciones que fortalecen el sector industrial primario sin modificar en nada la estructura básica pesada; es decir, no hablar ni de petróleo, ni de acero ni de minería y si se habla es solo de las expresiones periodísticas y las fotos de los anuncios, nunca de las concreciones.
En un mercado internacional acomodado para los países centrales y dominantes; es decir, las naciones capitalistas industrializas, agregar valor a los alimentos destinados a las exportaciones, es comprarle más petróleo y más acero a las mismas potencias y a sus empresas satélites. Negar esto es desconocer los elementos constitutivos y estructurales de la dependencia argentina: nadie dice que no hay que agregar valor, la trampa consiste en hacer solo eso, y postergar cualquier programa correspondiente al sector básico, y esto es “progresismo” porque consolida la dependencia del factor externo dentro de un esquema nuevo. Esto es un desarrollo periférico concebido por los centros financieros internacionales, y lamentablemente, ya lo han hecho suyo diversos sectores, principalmente los defensores de las economías agrarias que viven lamentándose de la falta de mano de obra en el campo por la migración hacía los centros urbanos, característico de las oligarquías terratenientes chupótera que mutaron de ganaderos a trigueros/sojeros.
Sin embargo, lo que llama la atención es la asimilación de ese mensaje ideológico retrógrado por parte de algunos sectores institucionales que dicen representar a las pymes, sin saber, quizás, que fomentan un país desintegrado, agroexportador, propio de la época nefasta en que cundió una extendida pobreza y marginación social como se nunca se conoció.
Otro dato interesante del seudo progresismo es que el desarrollo debe hacerse dentro o a un ritmo que lo permitan las posibilidades del país, no hay porque activar desde la política o desde las instituciones para hacer el desarrollo de la industria básica, “algún día llegará porque Argentina tiene las condiciones para ello”, vociferan los liberales. Y aquí es donde la trampa cierra perfectamente, para llegar al desarrollo deben mejorarse sustancialmente en los niveles de cantidad y calidad de la producción de alimentos y materias primas que constituyen los recursos propios de los países subdesarrollados y eso mediante la modernización de las técnicas extractivas y de explotación rural, por ello la gente debe volver a trabajar en el campo. Además, por ejemplo, nuestro país no debería exportar lana sucia, sino desarrollarse la industria textil correspondiente a ese sector. Por dicho camino – el comercio exterior – mejorará la cuenta de divisas y en consecuencia, su capacidad para autofinanciar la industrialización y la modernización de los servicios, “entonces se producirá el desarrollo”, con capital propio.
La trampa del liberalismo y del progresismo está perfectamente estructurada en la aparente racionalidad del planteo ideológico y técnico, pero a su vez es lo que hace de esta doctrina malsana imbricada en la cultura institucional y política una amenaza sumamente peligrosa, sobre todo porque anida enquistada en varios estamentos institucionales. Uno de los principales voceros son las instituciones gremiales empresarias, principalmente las conocidas defensoras de la Resolución 125, que generó uno de los conocidos conflictos más resonantes con el gobierno anterior.
Esto confirma que la dependencia es también cultural, y que va más allá de lo económico y comercial, anclándose también en las relaciones de clases y de dominación, sobre todo para “generar conciencia” en determinados estamentos del poder que hacen bloquear cualquier intento por instaurar el desarrollo de las industrias básicas. Así si aparece un argumento que aquella estructura sólo sirve para satisfacer las demandas del mercado internacional, es rápidamente esterilizado desde las diversas usinas preparadas para esa tarea, cuyo cometido es llevado a cabo en algunos casos por ignorancias, en otros por visionarios de un país oligárquico, hermanados en el “memorial”, constituido por fragmentos de viejas ideologías que perduran y por antiguos elementos de discursos sociales hegemónicos en otros tiempos.
Insistimos con la existencia de un mercado dominado por empresas multinacionales, que en algunos casos facturan más que determinados países, y que la industrialización de las materias primas alimentarias es sólo una cabeza de puente del sistema monopólico internacional, al cual Argentina es históricamente tributaria siendo sólo un país subordinado sin posibilidades de autodeterminación nacional y mucho menos con resto para generar condiciones políticas internas para la formulación de un proyecto inclusivo de clases y sectores sociales e institucionales capaces de sentar bases programáticas seria para apuntalar el desarrollo.
Un error en el diagnóstico y en la estrategia a implementar no puede sino prolongar la dependencia, la pobreza y conducir al país a una nueva frustración. Como la dependencia económica es un instrumento político al servicio de las multinacionales, la miopía institucional y partidaria consiste en no elaborar una corriente protagonista a favor del desarrollo de la industria básica pesada para eliminar inequívoca la relación causal entre dependencia y subdesarrollo. Así el devaneo ideológico es clásico, sobre el desarrollo, todo es abstracción, sin la suficiente advertencia de los bloqueos y los obstáculos tanto desde adentro del país, como de los operadores internacionales.
Entonces, los nuevos paradigmas del liberalismo son agregar valor, pero es indispensable no engañarse. No hay desarrollo sin la promoción acelerada de la industria pesada (petróleo, acero, minería, soda solvay, electricidad, infraestructura vial) ni tampoco puede haber sin ella, independencia económica, Esta letanía institucional y partidaria que pretende que nuestro país debe solamente producir más y mejores alimentos y, en el sector industrial limitarse a expandir algunos sectores de la industria de transformación, responde de manera coherente a los intereses de la estructura tradicional del liberalismo librecambista que ganó su primer batalla cuando San Martín echo a los españoles de América, y con un mensaje progresista llega a decir hoy desarrollo si, pero de aquí a dos generaciones, es como el cartelito del almacenero: “hoy no se fía mañana si”.
Más harina, más aceite, más latas de tomates, significan más petróleo, más acero, más minería, más gas, Argentina no está autoabastecida en esos rubros, debe importarlos. Razón más que suficiente para rechazar la vigencia de la estructura agro/importadora que los intereses coloniales de otrora quiere reverdecer, cuyos tentáculos siguen vigentes. Para estos intereses que lucran internamente con la condición de país partido al medio, el progresismo o la modernización de nuestra economía, que la presentan como inevitable, debe hacerse inequívocamente – sin decirlo -, dentro de los parámetros de la división internacional del trabajo -Argentina debe producir alimentos – o sea que el esfuerzo de las inversiones debe limitarse a aumentar la capacidad exportadora sobre los productos primarios, aumentando el volumen y la calidad a la vez que el mencionado planteo deja para más adelante la exploración petrolera, la instalación de hornos para producir acero. La idea es aquí, nombrar algo de lo que se “olvida”.
En consecuencia, si la solución de los sectores agroexportadores para la superación de la crisis nacional consistiera solamente en fortalecer el programa de agregar valor cualitativo y cuantitativo a los productos primarios exportable, favoreciendo y aumentando la capacidad de compra externa, los monopolios que venden al país combustible, hierro, acero, productos químicos, bienes de capital y manufactura, no solamente mantendrán estos mercados, sino que incrementan sus ventas y ganancias.
Como las reformas que propugnan quienes quieren agregar valor, y solo se limitan a la mejora en el intercambio mundial; es decir, trocar materias primas algo elaboradas e importar productos industriales básicos, terminan creyendo que crecimiento económico es desarrollo industrial. Por ello, la discrepancia no es de forma con los militantes de agregar valor, es de fondo, porque estamos en presencia de dos países. Uno, agro pastoril que no rompe la dependencia del factor externo, agregando valor sin reforma estructural, le da una inyección para que soporte y alargue el atraso. El otro, produce el desarrollo material de la industria básica, apuntala un mercado interno, rompe la dependencia de las empresas monopólicas, crea las condiciones reales de acceso a la vivienda, la salud y la educación, al tiempo que eleva le personalidad nacional, el concepto irrenunciable de constitución de la Nación, porque cimenta la cultura de interacción económica entre la urbano y lo rural.
La única solución de fondo y de resultados permanentes es producir cambios estructurales radicales en la estructura de producción, idénticos a los que impulsaron el desarrollo material de las grandes potencias industrializadas, por ello debe rechazarse de plano cualquier intento de disfrazar los planteos culturales e históricos y muchos menos deben ser los jóvenes quienes se engañen. Los jóvenes tienen la palabra, porque ellos tienen la obligación de “ir por todo”, no satisfacerse con meras reformas y dejar que se diluya la magnifica y casi única oportunidad por la que transita el país para instaurar el desarrollo.
A modo de conclusión: “Decimos la verdad o perfeccionamos la hipocresía”, sin embargo, no lleguemos a pensar que es natural fingir para lograr ciertos fines.
Muchos animales lo hacen. Sin embargo, los seres humanos no pueden liberarse de la sensación de que sea algo intrínsecamente malo y reprochable. Tal vez sea justamente esto lo que hace de nosotros los más hipócritas entre todas las especies.
(*) El autor es historiador y ensayista, su último libro es “Preceptiva sobre San Martin y libre cambio pirático”, publicado por la editorial Editores de América Latina.